viernes, 18 de agosto de 2017

GRIS CONTAGIOSO

GRIS CONTAGIOSO

Se levantó cómo todas las mañanas, desperezándose, y sin ganas de nada.
Al mirarse en el espejo, observó que su cara y parte del cuerpo se habían vuelto, de un tono grisáceo, oscuro....... cómo los días de tormenta en invierno.

Las prisas, no le dejaron pensar en más, se arregló y salió hacia el trabajo.
Por la calle, fue observando que algunas personas también tenían ese mismo tono gris, en sus caras, brazos o piernas, cómo si fuese algo contagioso, que se iba extendiendo poco a poco, tapando el color natural de cada uno.......
ahogando su propia luz natural.

Durante la jornada, no pudo concentrarse en otra cosa, se miraba la piel, para ver si las zonas grisáceas aumentaban. Su melancolía característica, ese día se convirtió en angustia.

Pidió permiso a su superior para ir a consulta médica. Allí, no salió de su asombro cuando le dijeron que el tono de su piel era normal, que no se preocupase. Se fue hacia casa llorando.

Una vez en el apartamento, se encerró en su habitación, sin poder dejar de llorar, pensaba en porqué se veía así y no pudo encontrar respuesta. 
Así estuvo horas, acabó repasando su vida, recordando...... cuando en el colegio pintaba bodegones, afición que le llevó a realizar cuadros que causaban admiración para su corta edad. Lo que no pudo saber, es por qué había dejado de hacerlo.

¡ Dónde estarán mis pinturas ! exclamó. Buscó por todos los armarios y cajones, bajó al trastero y entre un montón de cosas viejas, allí estaba su estuche, lleno de polvo, esperándole.

Subió directamente a la terraza, colocó el caballete, un viejo lienzo amarillento y empezó a pintar el horizonte hasta que anocheció.

Al bajar a casa, ya no se sentía triste, la angustia había desaparecido..... incluso ya no recordaba su piel gris. Al día siguiente, al mirarse al espejo, su rostro era normal, incluso una sonrisa apareció reflejada.


Desde entonces ya no guardó su estuche de pinturas, lo dejó cerca, a la vista, por si el gris volvía a su vida. Por la calle y en el trabajo, siguió viendo gente gris, no se atrevió a decir nada, por si pensaban que le había invadido la locura. Había encontrado la cura a la epidemia de gris contagioso, por casualidad, entre sus recuerdos y vivencias de la infancia, donde la inocencia y el color, predominan.

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